viernes, 19 de agosto de 2016

LA MONTAÑA DONDE SE ABANDONABAN A LOS ANCIANOS


Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, una pequeña región montañosa donde tenían la costumbre de abandonar a los ancianos al pie de un monte lejano. Creían que cuando cumplían los sesenta años dejaban de ser útiles, por lo que no podían preocuparse más de ellos.

En una pequeña casa de un pueblecito perdido, había un campesino que acababa de cumplir los sesenta años.

Durante todos estos años había cuidado la tierra, se había casado y había tenido un hijo. Después de enviudar, su hijo se casó, dándole dos preciosos nietos. A su hijo le dio mucha pena, pero no podía desobedecer las estrictas órdenes que le había dado su señor. Así que se acercó a su padre y le dijo: Padre, lo siento mucho, pero el señor de estas tierras nos ha
ordenado que debemos llevar a la montaña a todos los mayores de sesenta años.

- Tranquilo, hijo, lo entiendo. Debes hacer lo que el señor diga, - contestó el anciano lleno de tristeza.

Así que el joven cargó al viejo en la espalda, ya que a su padre le era difícil caminar por el bosque, e inició el viaje hacia las montañas. Mientras iban caminando, el joven se fijó que su padre dejaba caer pequeñas ramas que iba rompiendo. El joven creyó que quería marcar el camino para poder volver a casa, pero cuando le preguntó, el anciano le dijo:

- No lo estoy haciendo por mí, hijo. Pero vamos a un lugar lejano y escondido, y no me gustaría que te perdieras, y no pudieras volver a tu casa. Así que pensé que si iba dejando ramitas por el camino, seguro que no te perderías.

Al oír estas palabras, el joven se emocionó con la generosidad de su padre. Pero continuó caminando, porque no podía desobedecer al señor de esas tierras.

Cuando finalmente llegaron al pie de la montaña, el hijo, con el corazón hecho pedazos, dejó allí a su padre. Para volver decidió utilizar otra ruta, pero ya era noche y no conseguía encontrar el camino de vuelta. Así que retrocedió sobre sus pasos, y cuando llegó junto a su padre le rogó que le indicara por dónde tenía que ir. Así que volvió a cargar a su padre en la espalda y, siguiendo las indicaciones del anciano, empezó a cruzar el bosque por el que habían venido. 
Gracias a las ramitas rotas que el viejo había dejado por el camino, pudieron llegar a su casa. Toda la familia se puso muy contenta, cuando vieron de nuevo al anciano. Entonces, el joven decidió esconderlo debajo de los tablones del suelo de su cabana para que nadie lo viera, y no lo obligaran a llevárselo otra vez.

El señor del país, que era bastante caprichoso, a veces pedía a sus subditos que hicieran cosas muy difíciles. Un día, reunió a todos los campesinos del pueblo y les dijo:

- Quiero que cada uno me traiga una cuerda tejida con ceniza.
Todos los campesinos se quedaron muy preocupados. ¿Cómo podían tejer una cuerda con ceniza? ¡Era imposible! El joven campesino volvió a su casa y le pidió consejo a su padre, que continuaba escondido bajo los tablones.

- Mira -le explicó el anciano-, lo que tienes que hacer es trenzar una cuerda apretando mucho los hilos. Luego debes quemarla hasta que sólo queden cenizas.

El joven hizo lo que su padre le había aconsejado, y llevó la cuerda de ceniza a su señor. Nadie más había conseguido cumplir con la difícil tarea. Así que el joven campesino recibió muchas felicitaciones y alabanzas de su señor.

Otro día, el señor volvió a convocar a los hombres de la aldea. Esta vez les ordenó a todos llevarle una concha atravesada por un hilo. El joven campesino se volvió a desesperar. ¡No sabía cómo se podía atravesar una concha! Así que, cuando llegó a casa, volvió a preguntar a su padre lo que debía hacer, y éste le contestó:

- Coge una concha y orienta su punta hacia la luz- explicó el anciano-. Después coge un hilo y engánchale un grano de arroz.
Entonces dale el grano de arroz a una hormiga y haz que camine sobre la superficie de la concha.Así conseguirás que el hilo pase de un lado al otro de la concha.

El hijo siguió las instrucciones de su padre, y así pudo llevar la concha ante el señor de esas tierras. El señor se quedó muy impresionado:

- Estoy orgulloso de tener gente tan inteligente como tú en mis tierras. ¿Cómo es que eres
tan sabio? - le preguntó el señor.

El joven decidió contarle toda la verdad: - Señor, debo ser sincero. Yo debería haber abandonado a mi padre porque ya era mayor, pero me dio pena y no lo hice.

Las tareas que nos encomendó eran tan difíciles que sólo se me ocurrió preguntar a mi padre. Él me explicó cómo debía hacerlo, y yo le he traído los resultados.

Cuando el señor escuchó toda la historia, se quedó impresionado y se dio cuenta de la sabiduría de las personas mayores. Por eso se levantó y dijo:

- Este campesino y su padre me han demostrado el valor de las personas mayores. Debemos tenerles respeto, y por eso, a partir de ahora ningún anciano deberá ser abandonado.

Y a partir de entonces, los ancianos del pueblo continuaron viviendo con sus familias aunque cumplieran sesenta años, ayudándolos con la sabiduría que habían acumulado a lo largo de toda su vida.

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