viernes, 18 de febrero de 2022

domingo, 23 de enero de 2022

Historia: El ciego y el paralítico

Había una pequeña aldea en medio de los árboles, al pie de una montaña. Allí vivía un hombre paralítico de sus pies, que a penas se movía arrastrado sobre el suelo.

Enfrente de su choza, vivía un hombre ciego y testarudo. Ambos se habían enemistado por alguna razón desconocida. Lo cierto es que todos los días encontraban una excusa para discutir acaloradamente. En más de alguna ocasión se desearon la muerte el uno al otro.

Un día, hubo un incendio en el bosque y el fuego comenzó a devorar las chozas de aquella aldea. La gente salió huyendo del lugar, pero nadie ayudó al hombre ciego ni al paralítico.

Aquellos hombres gritaban pidiendo auxilio. El ciego daba vueltas en su patio intentando escapar, pero no lograba discernir el camino que debía tomar. El paralítico, en cambio, miraba que aún quedaba un espacio en medio del bosque por donde huir, pero era escabroso y sabía que no iba a poder arrastrarse tan rápido para salvarse.

No tardaron mucho en darse cuenta que la única forma de salvarse era uniendo esfuerzos el uno con el otro.

En medio de la desesperación, el paralítico le ofreció ayuda al ciego para guiarlo en el camino, a cambio de que lo cargara en su espalda y lo llevara con él. El ciego aceptó gustosamente y así lograron salvarse de la muerte.

Después de esto, aquellos hombres comprendieron que su enemistad era inútil y perjudicial. Se disculparon y llegaron a ser los mejores amigos.

Vivan en armonía los unos con los otros. No sean arrogantes, sino háganse solidarios con los humildes. No se crean los únicos que saben. —Romanos 12:16 NVI

Como cristianos debemos procurar estar en paz con todos. Primero con nuestra familia. Es triste ver enemistad entre hermanos, padres e hijos o con otros miembros de la familia.

A veces hay peleas y divisiones entre los feligreses de la iglesia, cuando deberíamos ser una familia unida.

También es importante buscar la paz con los vecinos, amigos y las demás personas. Jesús, incluso nos enseñó a amar a nuestros enemigos.

Todos somos hijos de un Padre Celestial y miembros de una gran familia. Es importante que nos respetemos, nos ayudemos y nos amemos unos a otros, tal como nos enseña la Biblia.

Por Huellas Divinas

lunes, 21 de diciembre de 2020

Reflexión sobre la importancia de los Ancianos

Los ancianos son una parte muy importante de la sociedad, a la que no debemos apartar de nuestras vidas.

Las personas mayores son una gran fuente de sabiduría, ya que al haber vivido mucho tiempo han vivido diversos acontecimientos. Además, ellos saben mejor que nadie como afrontar según qué situaciones ya que ellos las han vivido.

En estos tiempos de crisis, hay muchas familias que han tenido que volver a la casa de los padres del matrimonio, y éstos son los que les ayudan económicamente. Hay abuelos que cada día les hacen la comida a sus nietos, porque los padres de éstos no pueden pagar el comedor escolar. O que les van a buscar mientras sus padres trabajan.

Para finalizar, me gustaría recordar el importante papel que tienen los abuelos en la familia, especialmente para sus nietos. Porque los abuelos son aquellos que te cuidan cuando están enfermos, que te ayudan cuando lo necesitas, que se alegran con tus logros y que te apoyan en tus fracasos. Son aquellos que siempre están con nosotros.

Tomado: Mariposas en el Cielo

lunes, 29 de agosto de 2016

El Anciano

El Anciano

Un anciano que pasaba los días sentado en un banco de la plaza que estaba a la entrada del pueblo, era muy querido por sus vecinos y siempre contestaba con mucha sabiduría a cualquier pregunta que le hicieran.
Un día, un joven se le acercó y le preguntó:
–Hola, señor, acabo de llegar a este pueblo, ¿Me puede decir, cómo es la gente de este lugar?
–Hola hijo, ¿De dónde vienes? Preguntó el anciano.
–De un pueblo muy lejano.
–Dime, ¿Como es la gente allí?
–Son egoístas, envidiosos, malvados, estafadores… por eso me fui de aquel lugar en busca de mejores vecinos.
–Lamento decírtelo, querido amigo, pero los habitantes de aquí son iguales a los de tu ciudad.
El joven, lo saludó y siguió viaje.
Al siguiente día pasó otro joven, que acercándose al anciano, le hizo la misma pregunta:
–Acabo de llegar a este lugar, ¿Me podría decir cómo son los habitantes de esta ciudad?
–¿Cómo es la gente de la ciudad de dónde vienes?
–Ellos son buenos, generosos, hospitalarios, honestos, trabajadores… tenía tantos amigos, que me ha costado mucho separarme de ellos.
–Los habitantes de esta localidad también son así. Respondió el anciano.
–Gracias por su ayuda, me quedaré a vivir con ustedes.
Un hombre que también pasaba muchas horas en la misma plaza, no pudo evitar escuchar las dos conversaciones y cuando el segundo joven se fue, se acercó al anciano y le preguntó:
–¿Cómo puedes dar dos respuestas completamente diferentes si los dos jóvenes te hicieron la misma pregunta?
–En realidad todo está en nosotros mismos. Quien no ha encontrado nada bueno en su pasado, tampoco lo encontrará aquí. En cambio, aquellas personas que tenían amigos en su ciudad de origen, también los encontrarán aquí, porque las personas reciben aquello que ellas mismas están dispuestas a dar a los demás.
«Todo lo bueno y lo bello de la vida que necesitas, lo llevas dentro de ti. Tú simplemente déjalo salir, compártelo con los demás y cuando menos te lo esperes regresará a tu vida»

viernes, 19 de agosto de 2016

LA MONTAÑA DONDE SE ABANDONABAN A LOS ANCIANOS


Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, una pequeña región montañosa donde tenían la costumbre de abandonar a los ancianos al pie de un monte lejano. Creían que cuando cumplían los sesenta años dejaban de ser útiles, por lo que no podían preocuparse más de ellos.

En una pequeña casa de un pueblecito perdido, había un campesino que acababa de cumplir los sesenta años.

Durante todos estos años había cuidado la tierra, se había casado y había tenido un hijo. Después de enviudar, su hijo se casó, dándole dos preciosos nietos. A su hijo le dio mucha pena, pero no podía desobedecer las estrictas órdenes que le había dado su señor. Así que se acercó a su padre y le dijo: Padre, lo siento mucho, pero el señor de estas tierras nos ha
ordenado que debemos llevar a la montaña a todos los mayores de sesenta años.

- Tranquilo, hijo, lo entiendo. Debes hacer lo que el señor diga, - contestó el anciano lleno de tristeza.

Así que el joven cargó al viejo en la espalda, ya que a su padre le era difícil caminar por el bosque, e inició el viaje hacia las montañas. Mientras iban caminando, el joven se fijó que su padre dejaba caer pequeñas ramas que iba rompiendo. El joven creyó que quería marcar el camino para poder volver a casa, pero cuando le preguntó, el anciano le dijo:

- No lo estoy haciendo por mí, hijo. Pero vamos a un lugar lejano y escondido, y no me gustaría que te perdieras, y no pudieras volver a tu casa. Así que pensé que si iba dejando ramitas por el camino, seguro que no te perderías.

Al oír estas palabras, el joven se emocionó con la generosidad de su padre. Pero continuó caminando, porque no podía desobedecer al señor de esas tierras.

Cuando finalmente llegaron al pie de la montaña, el hijo, con el corazón hecho pedazos, dejó allí a su padre. Para volver decidió utilizar otra ruta, pero ya era noche y no conseguía encontrar el camino de vuelta. Así que retrocedió sobre sus pasos, y cuando llegó junto a su padre le rogó que le indicara por dónde tenía que ir. Así que volvió a cargar a su padre en la espalda y, siguiendo las indicaciones del anciano, empezó a cruzar el bosque por el que habían venido. 
Gracias a las ramitas rotas que el viejo había dejado por el camino, pudieron llegar a su casa. Toda la familia se puso muy contenta, cuando vieron de nuevo al anciano. Entonces, el joven decidió esconderlo debajo de los tablones del suelo de su cabana para que nadie lo viera, y no lo obligaran a llevárselo otra vez.

El señor del país, que era bastante caprichoso, a veces pedía a sus subditos que hicieran cosas muy difíciles. Un día, reunió a todos los campesinos del pueblo y les dijo:

- Quiero que cada uno me traiga una cuerda tejida con ceniza.
Todos los campesinos se quedaron muy preocupados. ¿Cómo podían tejer una cuerda con ceniza? ¡Era imposible! El joven campesino volvió a su casa y le pidió consejo a su padre, que continuaba escondido bajo los tablones.

- Mira -le explicó el anciano-, lo que tienes que hacer es trenzar una cuerda apretando mucho los hilos. Luego debes quemarla hasta que sólo queden cenizas.

El joven hizo lo que su padre le había aconsejado, y llevó la cuerda de ceniza a su señor. Nadie más había conseguido cumplir con la difícil tarea. Así que el joven campesino recibió muchas felicitaciones y alabanzas de su señor.

Otro día, el señor volvió a convocar a los hombres de la aldea. Esta vez les ordenó a todos llevarle una concha atravesada por un hilo. El joven campesino se volvió a desesperar. ¡No sabía cómo se podía atravesar una concha! Así que, cuando llegó a casa, volvió a preguntar a su padre lo que debía hacer, y éste le contestó:

- Coge una concha y orienta su punta hacia la luz- explicó el anciano-. Después coge un hilo y engánchale un grano de arroz.
Entonces dale el grano de arroz a una hormiga y haz que camine sobre la superficie de la concha.Así conseguirás que el hilo pase de un lado al otro de la concha.

El hijo siguió las instrucciones de su padre, y así pudo llevar la concha ante el señor de esas tierras. El señor se quedó muy impresionado:

- Estoy orgulloso de tener gente tan inteligente como tú en mis tierras. ¿Cómo es que eres
tan sabio? - le preguntó el señor.

El joven decidió contarle toda la verdad: - Señor, debo ser sincero. Yo debería haber abandonado a mi padre porque ya era mayor, pero me dio pena y no lo hice.

Las tareas que nos encomendó eran tan difíciles que sólo se me ocurrió preguntar a mi padre. Él me explicó cómo debía hacerlo, y yo le he traído los resultados.

Cuando el señor escuchó toda la historia, se quedó impresionado y se dio cuenta de la sabiduría de las personas mayores. Por eso se levantó y dijo:

- Este campesino y su padre me han demostrado el valor de las personas mayores. Debemos tenerles respeto, y por eso, a partir de ahora ningún anciano deberá ser abandonado.

Y a partir de entonces, los ancianos del pueblo continuaron viviendo con sus familias aunque cumplieran sesenta años, ayudándolos con la sabiduría que habían acumulado a lo largo de toda su vida.

Cuando Los Padres Se Vuelven Viejos



QUERIDO HIJO

El día que me veas mayor y ya no sea yo, ten paciencia e intenta enterderme.
Cuando, comiendo, me ensucie; cuando no pueda vestirme: ten paciencia. Recuerda las horas que pasé enseñándotelo.

Si, cuando hablo contigo, repito las mismas cosas, mil y una veces, no me interrumpas y escúchame.
Cuando eras pequeño, a la hora de dormir, te tuve que explicar mil y una veces el mismo cuento hasta que te entraba el sueño. 


No me avergüences cuando no quiera ducharme, ni me riñas. Recuerda cuando tenía que perseguirte y las mil excusas que inventaba para que quisieras bañarte.
Cuando veas mi ignorancia sobre las nuevas tecnologías, te pido que me des el tiempo necesario y no me mires con tu sonrisa burlona.. 


Te enseñé a hacer tantas cosas... Comer bien, vestirte... Y como afrontar la vida. Muchas cosas son producto del esfuerzo y la perseverancia de los dos.
Cuando en algún momento pierda la memoria o el hilo de nuestra conversación, dame el tiempo necesario para recordar. Y si no puedo hacerlo, no te pongas nervioso, seguramente lo más importante no era mi conversación y lo único que quería era estar contigo y que me escucharas. 


Si alguna vez no quiero comer, no me obligues. Conozco bien cuando lo necesito y cuando no.
Cuando mis piernas cansadas no me dejen caminar...
...dame tu mano amiga de la misma manera en que yo lo hice cuando tu diste tus primeros pasos. 


Y cuando algún día te diga que ya no quiero vivir, que quiero morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene nada que ver contigo, ni con tu amor, ni con el mío.
Intenta entender que a mi edad ya no se vive, sino que se sobrevive.
Algún día descubrirás que, pese a mis errores, siempre quise lo mejor para ti y que intenté preparar el camino que tu debías hacer. 


No debes sentirte triste, enfadado o impotente por verme de esta manera. Debes estar a mi lado, intenta comprenderme y ayúdame como yo lo hice cuando tú empezaste a vivir.
Ahora te toca a ti acompañarme en mi duro caminar. Ayúdame a acabar mi camino, con amor y paciencia. Yo te pagaré con una sonrisa y con el inmenso amor que siempre te he tenido. 


Te quiero hijo; 


Tu padre, tu madre, tus abuelos...

El Cofre de Vidrio




Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar.

Las manos le temblaban tanto, que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura recta.

Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana.
El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos:

- No quieren estar conmigo ahora; se decía... 

- Tienen miedo de que yo me convierta en una carga.

Se pasó una noche en vela pensando qué sería de él y al fin trazó un plan.
A la mañana siguiente, fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por último, fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio roto que tuviera.

El anciano llevó el cofre a su casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le echó llave y lo puso bajo la mesa de la cocina.

Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies, y mirando bajo la mesa preguntaron:

- ¿Qué hay en ese cofre?
El anciano respondió:

- ¡OH nada! Sólo algunas cosas que he ahorrado.
Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron un tintineo. Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años susurraron. Deliberaron y decidieron turnarse para vivir con el viejo, y así custodiar el "tesoro".

La primera semana el hijo menor se mudó a la casa del padre, lo cuidó y le cocinó. 
A la semana siguiente, lo reemplazó el segundo hijo, y la semana siguiente acudió el hijo mayor. Así siguieron por un tiempo.

Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral, pues creían que una fortuna los aguardaba bajo la mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo.
Cuando terminó la ceremonia, buscaron en toda la casa hasta encontrar la llave, y abrieron el cofre. Por cierto, lo encontraron lleno de vidrios rotos.

- ¡Qué triquiñuela tan infame! exclamó el hijo mayor ¡Qué crueldad para con sus hijos! 

- ¿Pero, qué podía hacer? - preguntó tristemente el segundo hijo 

- Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días. Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor -. Obligamos a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños.

El hijo mayor muy enojado, volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún objeto valioso oculto entre los vidrios, y los desparramó en el suelo hasta vaciar el cofre.

Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro y leyeron una inscripción que el padre les había dejado en el fondo: "Honrarás a tu padre y a tu madre"